viernes, 20 de enero de 2012

Anatomía de una Seducción






Ilustración de Sarah Joncas

 Cuento de María Gabriela Alemán

(Ecuatoriana 1968)
ANATOMÍA DE UNA SEDUCCIÓN

Él ha colocado una soga alrededor de su cuello y jala, ejerciendo una presión constante. Ella siente su cabeza liviana; sus ojos cerrados ven puntos de luz flotando sobre el negro de la habitación vacía. La soga continúa estrangulando su arteria carótida, lo que impide que la sangre llegue a su cerebro. Está entrando al punto clave -al baile de la estabilidad- donde mantener el control puede se la única posibilidad.

Su conciencia es clara, mientras la oscuridad inunda su cerebro y produce algo semejante al éxtasis, a la liviandad, al abandono.

Cuándo ella a dejado de ser, él la suelta.

La cubre con con una manta y sale de la habitación.

Ella permanece, sintiendo la pesadez de su cuerpo aletargado y torpe; pasados unos minutos vuelve, la desviste, no hablan.

Desnuda sobre el catre siente frío. Intenta protestar, pero una cálida mano cubre sus labios mientras otra levanta su cabeza - cubre sus ojos con un pañuelo de seda - y la apoya sobre un muslo duro.

Su concentración está forazada al máximo, sus sentidos reducidos. Y, aunque pareciera no controlar nada, siente, y al hacerlo percibe todo con más definición.

Escucha las notas de un saxofón mientras algo desciende, algo por la planta de su pie izquierdo: un movimiento bastante suave, que luego trepa por su pierna hasta llegar a su cintura donde cambia de dirección y baja con rapidez. la brusquedad del movimiento le pone la piel de gallina, el escalofrío hace que cambie de posición, que arquee su espalda, que se estire, y que al rotar su cuello, deje escapar un tímido gemido, unido todavía a cierto pudor.

Si pudiera ver, sabría lo que recorre su cuerpo sin detenerse, cubriendo cada punto de su piel es una caña de bambú. Qué al pasar sobre sus palmas sudadas, logra cambiar la temperatura de su piel; la sensación es similar a la de estar tendida sobre una cama de tizones ardientes. El movimiento continúa, las yemas de sus dedos acarician su rostro, se deslizan sobre sus labios y exploran dentro y detrás de sus orejas. Siente el calor de sus manos sobre sus párpados -oye como frota sus palmas una contra otra- y luego, antes de que roce con sus labios el lóbulo de su oreja, la misma sensación se repite sobre sus mejillas. Le ayuda a darse la vuelta y comienza a acariciar con paciencia y delicadeza la parte posterior de su cabeza, cuello y hombros: juega con su pelo, siente su electricidad, enreda sus rizos.

Sus manos descienden continuas sobre su espalda en un instante destapa una botella y ella puede oler la escencia concentrada de limón impregnándolo todo, haciendo más húmeda la habitación cerrada.

Siente un líquido viscoso que calienta su columna mientras sus manos pasan repetidas veces sobre ella. El movimiento es tan ágil que pareciera que éstas se multiplicaran al rozar su cuerpo, ocultando rigurozamante su textura, convirtiéndose en pura doblez. Sus dedos bajan como una fina película de agua hasta sus muslos; al llegar a la parte posterior de las rodillas su cuerpo quiere explotar: es un placer demasiado obvio, que la perturba.

Cuando llega a los tobillos la atrae hacia él para que quede nuevamente boca arriba. Acaricia con suavidad su vientre y tórax, rozando levemente sus pezones. Coloca una mano de bajo de su ombligo y con la otra, dibuja el número ocho alrededor de sus senos: las caricias son tranquilas y apaciguadoras y el movimeinto se repite continuo durante un largo instante (ella siente sed y el aire se convierte el algo pútrido y fresco al vez)

La música termina -el fin está cerca- la atmósfera que reina es tensa , como la que se crea ante la inminencia de un desastre. Sus manos apoyadas sobre su vientre se deslizan: una hacia arriba, por el torso, la otra hacia a bajo por el muslo. Hasta detenerse ambas -con el cambio de movimiento- sobre su pecho, haciendo que todo sea perceptible y casi todo verdadero. Permanece inmóvil: fijo en un tiempo que, por parecer tan evidente, no lo es en absoluto.

Con golpes ajustados, como disparos, rasga la superficie de su piel - convirtiendo sus miembros en las piezas de un rompezabezas infinito- antes de cubrirla con una tela fina que le resulta placentera pues oculta su cuerpo, que le quema.

Antes de retirarse, cuándo se siente débil y vacío de deseo, prende una luz mortesina y retira su venda. Ella se queda detenida, con los ojos cerrados un instante, tratando de disipar de alguna forma lo oculto de sus propios pensamientos y se viste.

Mientras retira un cheque de su cartera y lo deja sobre la mesa, al salir coge una tarjeta del recibidor y la guarda.

Ya en la calle y con la fuerte luz del día sobre su rostro la saca del bolso y lee, Dr Chu Magno, Masajista Ciego - Técnicas Orientales-.

La vuelve a guardar. Sonríe, antes de regresar caminando a su casa.